@mitodona / ElKOmisionado .- Poca gente en
éste país está menos construida para la salsa que quien suscribe éstas líneas.
En realidad, visto al descuido, puedo pasar fácil por un italiano o gallego,
perdido en lo que queda de la patria de Bolívar.
Pero incluso en ésta coraza de bailador de
jota, habita un apasionado por el guaguancó, la guaracha, el son, la salsa.
Ahora, el camino no fue fácil. No sólo no me parezco a la salsa, sino que la
salsa no se parece a mí tampoco.
Con la muerte de Cheo Feliciano, pude
recordar cuándo fue la primera vez que realmente escuché uno de sus temas. Mi
mamá me recordó que ella ponía a Cheo mucho antes, pero repito, la primera
oportunidad en la que realmente me encontré con la salsa, fue en casa de mi
amigo David Zapata.
Su papá, el Sr Benjamín, tenía (y tiene)
una descomunal colección de música caribeña. En el patio de aquella casa de la
familia Zapata Marcano, se encontraba un gran salón, con una enorme televisión,
un bar y una especie de closet de vidrio. En éste último espacio estaba un
equipo de sonido, con una calidad de sonido espectacular. Y en repisas habían
cientos y cientos de CD´s. Desde la Orquesta Dicupé hasta Gilberto Santarosa.
Junto al bar, tumbadoras y bongós, con las
que a veces jugábamos a ser músicos. En ese salón, escuché “Los Entierros”. Esa letra es, además de una crítica social,
también fiel fotografía de lo que por tanto tiempo ha narrado la música
caribeña y en especial la salsa. Es barrio, esquina, amigos, familia, derrota,
triunfo, amor, dolor.
Aquel cantante de voz aterciopelada,
narraba un mundo que yo desconocía. “En los entierros de mi pobre gente pobre,
las flores son de papel, las lágrimas son de verdad”. Desde ese momento y para
mi fortuna, comencé a alternar los discos de Metallica, con los de Oscar
D´León, Ray Barreto, Celia Cruz, Tito Rodríguez, Ismael Rivera, Hector Lavoe, Pete “Conde”
Rodríguez, Rubén Blades.
La salsa me hablaba de un mundo ajeno a mi
realidad de clase media venezolana en los 90s. De problemas y sufrimientos
extraños a mi entorno. Desde Margarita, aquellas letras me describían el
verdadero ADN del latino, de eso que nos hace únicos, singulares. Iguales y
diferentes al mismo tiempo.
Así comencé a conocer a Latinoamérica. Esa tierra
que son muchas y una al mismo tiempo. Cantada y contada por exilios y
destierros, por añoranzas y cuentos de esquina. La del “Nazareno” pero también
la de “Pedro Navaja”. La de la injusticia y la desigualdad social, reivindicada
desde una esquina del Spanish Harlem de Nueva York.
Ahora en mi esquizofrénico ipod, puedes
pasar de Pavarotti a Simón Díaz, o de
Metallica a los Amigos Invisibles, pero
nunca podrás escapar de la salsa. Disco La Herencia, canción “Los Entierros” de
Cheo Feliciano. Play.
