domingo, 16 de noviembre de 2014

Mi abuelo y el béisbol



@mitodona .- Nacer en la Venezuela de los años ochenta, sin importar el origen de tu familia, te condenaba a un destino deportivo que formaba parte del delirio colectivo. El béisbol.

Ahora, ese béisbol de los ochenta estaba tan lejos del actual, que casi podríamos hablar de deportes diferentes. Era una liga venezolana falta de estética, de color, glamour y comodidades. Pero le sobraba la tradición, las leyendas, lo folclórico y lo sentimental.

No voy a hacer comparaciones odiosas con el presente, sino concentrare en los detalles de aquella vez que visité por primera vez el Estadio Universitario, y cómo marcaron para siempre mi relación con el deporte en general, no solo con el béisbol.

Mi abuelo Sixto Cruces izzo, fue mi primer mentor `beisbolístico´. Pues es cierto que uno siempre compartía en el colegio alguna caimanera o con mi hermano mayor en el patio de su edificio, donde las partidas terminaban siempre con un jonrón que rompía el ventanal de algún apartamento. Pero mi abuelo fue el primero en contarme historias de nuestro beisból. O más bien del suyo. De los inicios de la pelota en el país, de sus ídolos, del Estadio de San Agustín, del Cervecería Caracas, el “Chico Carrasquel¨ y ¨Camaleón¨García.

Yo pintaba aquellas anécdotas en mi mente, con mi abuelo en las gradas. Pero nunca podia poner cara a los personajes. Hasta que un día me regaló un libro, no recuerdo exactamente su título pero tenía una portada dura de color azul. Contaba las historias detalladas de los juegos más memorables de la LVBP. Hasta incluía el box score. Y fotos!! Fotos!!!. Ese es uno de los mejores regalos que jamás me han hecho. Al fin ponerle cara a todos aquellos personajes! Al ¨Chico”, al “Patón”, “Camaleón”, “Cocaína” García, ver fotos del estadio de San Agustín!. Y Vidal López, el favorito absoluto de mi abuelo.

“Galarraga y Vizquel son buenos, pero nunca ha habido ni habrá un pelotero como Vidal López”, me repetía siempre. “Vidal fue campeón bate en todas las ligas donde jugó, hijo!. Eso es imposible ahora”. Cuentos de cuadrangulares en los que las pelotas nunca caían ¨Todavía están buscando la pelota". Juegos dobles en los que pitcheaba blanquedas y disparaba jonrones al mismo tiempo. Era algo épico, mágico.

Así pues, era lógico que mi abuelo me llevara a mi primer juego de béisbol. Siendo él un magallanero acérrimo, quizo el destino que aquel domingo de octubre -1988, me llevara a un Zulia – La Guaira, en el estadio de la UCV. “Para que veas que malos son estos dos equipos y te hagas magallanero” me dijo. Un fenómeno.

Recuerdo que entrar al estadio fue para mi algo sublime. Pensar que allí habían ocurrido algunas de las historias que había leído, me daba la sensación de entrar a un lugar donde ocurrían cosas importantes. "De aquel tubo se guindó Vitico para coger la pelota. Se despegó como 3 metros del suelo¨ me dijo mi abuelo Sixto, señalando hacia el jardin central. Y ojo, aquel estadio casi no tenía sillas, ni VIP, ni paredes acolchadas en los jardines, ni personal de protocolo. Era un estadio crudo, pero así era nuestra pelota.

Aquella pelota en la que los jugadores, antes del partido, estaban en la zona exterior del club house, esa que da hacia los estacionamientos, fumando un cigarrito antes del partido y hablando con los amigos. 

De aquel partido recuerdo que ganó el Zulia, con jonrón de Carlos ¨El Cañon” Quintana. También recuerdo que mi abuelo compró una especie de lotería, en la que se predecía quién anotaría la primera carrera del juego. Puedo ver claramente a mi abuelo explicándome las reglas básicas, los estilos de juego de los equipos, que significaban las señas de los coachs. Fue una tarde irrepetible. Inolvidable.

No tengo duda que ese amor por el béisbol y por el deporte, que mi abuelo imprimió en mi, marcó mi vida de tal forma que terminé trabajando en algo ligado al mundo deportivo. Ha sido, es y siempre será mi pasión. 


Podría escribir 1000 posts de todo lo que hablé sobre béisbol con mi abuelo y con toda seguridad se me escaparían cuentos. No supe valorar en su momento todo lo que quiso decirme o enseñarme, por mi edad o por mi inmadurez. Pero eso es parte de la vida. Entenderlo ahora probablemente me llevará a querer hacer lo mismo con mis hijos, nietos. Ojalá sean más inteligentes que yo. Gracias Abuelo. 


Envía tus comentarios a mi cuenta de twitter @MitoDona 

viernes, 18 de abril de 2014

El yo salsero



@mitodona / ElKOmisionado .- Poca gente en éste país está menos construida para la salsa que quien suscribe éstas líneas. En realidad, visto al descuido, puedo pasar fácil por un italiano o gallego, perdido en lo que queda de la patria de Bolívar. 

Pero incluso en ésta coraza de bailador de jota, habita un apasionado por el guaguancó, la guaracha, el son, la salsa. Ahora, el camino no fue fácil. No sólo no me parezco a la salsa, sino que la salsa no se parece a mí tampoco. 

Con la muerte de Cheo Feliciano, pude recordar cuándo fue la primera vez que realmente escuché uno de sus temas. Mi mamá me recordó que ella ponía a Cheo mucho antes, pero repito, la primera oportunidad en la que realmente me encontré con la salsa, fue en casa de mi amigo David Zapata. 

Su papá, el Sr Benjamín, tenía (y tiene) una descomunal colección de música caribeña. En el patio de aquella casa de la familia Zapata Marcano, se encontraba un gran salón, con una enorme televisión, un bar y una especie de closet de vidrio. En éste último espacio estaba un equipo de sonido, con una calidad de sonido espectacular. Y en repisas habían cientos y cientos de CD´s. Desde la Orquesta Dicupé hasta Gilberto Santarosa.

Junto al bar, tumbadoras y bongós, con las que a veces jugábamos a ser músicos. En ese salón, escuché “Los Entierros”.  Esa letra es, además de una crítica social, también fiel fotografía de lo que por tanto tiempo ha narrado la música caribeña y en especial la salsa. Es barrio, esquina, amigos, familia, derrota, triunfo, amor, dolor.

Aquel cantante de voz aterciopelada, narraba un mundo que yo desconocía. “En los entierros de mi pobre gente pobre, las flores son de papel, las lágrimas son de verdad”. Desde ese momento y para mi fortuna, comencé a alternar los discos de Metallica, con los de Oscar D´León, Ray Barreto, Celia Cruz, Tito Rodríguez, Ismael Rivera, Hector Lavoe, Pete “Conde” Rodríguez, Rubén Blades.

La salsa me hablaba de un mundo ajeno a mi realidad de clase media venezolana en los 90s. De problemas y sufrimientos extraños a mi entorno. Desde Margarita, aquellas letras me describían el verdadero ADN del latino, de eso que nos hace únicos, singulares. Iguales y diferentes al mismo tiempo.

Así  comencé a conocer a Latinoamérica. Esa tierra que son muchas y una al mismo tiempo. Cantada y contada por exilios y destierros, por añoranzas y cuentos de esquina. La del “Nazareno” pero también la de “Pedro Navaja”. La de la injusticia y la desigualdad social, reivindicada desde una esquina del Spanish Harlem de Nueva York.

Ahora en mi esquizofrénico ipod, puedes pasar de Pavarotti a Simón Díaz, o  de Metallica  a los Amigos Invisibles, pero nunca podrás escapar de la salsa. Disco La Herencia, canción “Los Entierros” de Cheo Feliciano. Play.